Eclipse solar: cómo se vio en el Tigre, lejos de la ciudad y en plena naturaleza

Los pájaros parecen no entender qué sucede, pero continúan con sus graznidos apartados de la realidad astronómica que regala un mediodía sin una sola nube en esta isla del Tigre y con una luz inusual. Las hormigas continúan con su laboriosa jornada de acarrear palitos y hojas. Más allá, un sapo descansa a la sombra. Parece un día más de diciembre en el Delta, pero desde apenas pasadas las 12 el resplandor deja de ser el mismo y, de a poco, es como si alguien, segundo a segundo, bajara la intensidad lumínica y a la vez hubiera prendido el aire acondicionado. Es el eclipse solar.

“Esta es una luz como polarizada, nada brilla. Mirá esas sombrillas blancas, debería rebotar la luz y no dejarnos ni siquiera verla; pero es como si todos tuviéramos anteojos, algo que no se logra ni al amanecer ni al atardecer”, comenta el fotógrafo de LA NACION, ducho en artes iluminativas.

El eclipse solar visto desde la isla El Descanso, en el Tigre

La atmósfera luce extraña y una brisa fresca arranca conjeturas acerca de la relación entre el cielo supralunar y lo que pasa aquí debajo, fruto de los caprichos de la atmósfera. Mientras tanto, desde Twitter, alguien comenta que en los lugares de la Patagonia donde el eclipse es total la temperatura bajó hasta cinco grados y el viento sur se hizo sentir. Como el eclipse durará más de dos horas y media entre el primer y el último mordisco de la luna sobre la luz del sol el grupo de periodistas y aficionados invitados a una isla del Tigre llamada El Descanso tienen tiempo para ajustar sus imprescindibles filtros, de ser aleccionados sobre los peligros de la vista directa, para luego sí apuntar hacia arriba, nunca más de 60 segundos, para no generar ese daño irreparable en las retinas.

“Mirá si no supiéramos de astronomía“, comenta alguien más. “Terminar un año de pandemia como este con el Sol que nos regala una oscuridad parcial y por un rato.”

No termina la frase, pero la referencia tácita para este 2020 tan singular es el Armagedón, el Día del Juicio o la mitología escatológica que se prefiera. Pero, para bien o para mal, la ciencia había previsto todo lo que sucedería este 14 de diciembre desde mucho antes de que el SARS-CoV-2 saltara de la comodidad murciélaga en la que vivía desde hace tiempo a otra especie (bautizada Homo sapiens) que le da la singular posibilidad de replicarse en más de 7000 millones de individuos en cinco continentes.

Un grupo de astrónomos aficionados se alejó de la ciudad para ver el eclipse solar

Las alineaciones entre planetas y otros cuerpos celestes son de algún modo una rutina celestial que cada tanto se repite en algún lugar del planeta y ahora tocó esta franja de América del Sur, pero -como los cambios o los saltos biológicos- cuando nos tocan de cerca impactan de una manera especial. Y hoy, ahora, en la isla, todos están mirando hacia arriba. Está visto: el eclipse es un fenómeno astronómico que ha devenido en fenómeno social y dispara conjeturas singulares, no siempre de lo más racionales.

Quienes presencian el eclipse aquí, alejados de la ciudad, tienen además el beneficio de ver qué otras cosas le pasan a la naturaleza, como esta una extraña quietud que se siente pasada la una del mediodía, algo que parece un silencio premonitorio. Sin embargo, es un tipo de premonición de algo que no termina de desencadenarse, justamente por esa falta de “completitud” del eclipse que quiso el capricho celestial pasara enteramente algunos cientos de kilómetros al sur de Buenos Aires y de este tan calmo Delta. Los coladores, que en los departamentos mostraban semi-lunas, como manera indirecta de apreciar el suceso, aquí se hacen con el follaje de las plantas que involuntariamente también colaboran con el espectáculo.

Un poco después, pasado el momento máximo, alrededor de las 13.30, comenzó a bajar la espuma, a desdibujarse ese pac-man que había creado el cielo tras el filtro; y los cuellos de los astrónomos aficionados pudieron tener sí un descanso y dejar los incómodos 180 grados. El día vuelve a retomar su color original de diciembre. Y será hasta el próximo eclipse que se vea exactamente así en la Argentina. Pero habrá que tener paciencia: será en 2048.

Fuente: La Nacion

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“Esta es una luz como polarizada, nada brilla. Mirá esas sombrillas blancas, debería rebotar la luz y no dejarnos ni siquiera verla; pero es como si todos tuviéramos anteojos, algo que no se logra ni al amanecer ni al atardecer”, comenta el fotógrafo de LA NACION, ducho en artes iluminativas.

El eclipse solar visto desde la isla El Descanso, en el Tigre

La atmósfera luce extraña y una brisa fresca arranca conjeturas acerca de la relación entre el cielo supralunar y lo que pasa aquí debajo, fruto de los caprichos de la atmósfera. Mientras tanto, desde Twitter, alguien comenta que en los lugares de la Patagonia donde el eclipse es total la temperatura bajó hasta cinco grados y el viento sur se hizo sentir. Como el eclipse durará más de dos horas y media entre el primer y el último mordisco de la luna sobre la luz del sol el grupo de periodistas y aficionados invitados a una isla del Tigre llamada El Descanso tienen tiempo para ajustar sus imprescindibles filtros, de ser aleccionados sobre los peligros de la vista directa, para luego sí apuntar hacia arriba, nunca más de 60 segundos, para no generar ese daño irreparable en las retinas.

“Mirá si no supiéramos de astronomía“, comenta alguien más. “Terminar un año de pandemia como este con el Sol que nos regala una oscuridad parcial y por un rato.”

No termina la frase, pero la referencia tácita para este 2020 tan singular es el Armagedón, el Día del Juicio o la mitología escatológica que se prefiera. Pero, para bien o para mal, la ciencia había previsto todo lo que sucedería este 14 de diciembre desde mucho antes de que el SARS-CoV-2 saltara de la comodidad murciélaga en la que vivía desde hace tiempo a otra especie (bautizada Homo sapiens) que le da la singular posibilidad de replicarse en más de 7000 millones de individuos en cinco continentes.

Un grupo de astrónomos aficionados se alejó de la ciudad para ver el eclipse solar

Las alineaciones entre planetas y otros cuerpos celestes son de algún modo una rutina celestial que cada tanto se repite en algún lugar del planeta y ahora tocó esta franja de América del Sur, pero -como los cambios o los saltos biológicos- cuando nos tocan de cerca impactan de una manera especial. Y hoy, ahora, en la isla, todos están mirando hacia arriba. Está visto: el eclipse es un fenómeno astronómico que ha devenido en fenómeno social y dispara conjeturas singulares, no siempre de lo más racionales.

Quienes presencian el eclipse aquí, alejados de la ciudad, tienen además el beneficio de ver qué otras cosas le pasan a la naturaleza, como esta una extraña quietud que se siente pasada la una del mediodía, algo que parece un silencio premonitorio. Sin embargo, es un tipo de premonición de algo que no termina de desencadenarse, justamente por esa falta de “completitud” del eclipse que quiso el capricho celestial pasara enteramente algunos cientos de kilómetros al sur de Buenos Aires y de este tan calmo Delta. Los coladores, que en los departamentos mostraban semi-lunas, como manera indirecta de apreciar el suceso, aquí se hacen con el follaje de las plantas que involuntariamente también colaboran con el espectáculo.

Un poco después, pasado el momento máximo, alrededor de las 13.30, comenzó a bajar la espuma, a desdibujarse ese pac-man que había creado el cielo tras el filtro; y los cuellos de los astrónomos aficionados pudieron tener sí un descanso y dejar los incómodos 180 grados. El día vuelve a retomar su color original de diciembre. Y será hasta el próximo eclipse que se vea exactamente así en la Argentina. Pero habrá que tener paciencia: será en 2048.

Fuente: La Nacion

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